jueves, 27 de diciembre de 2007

Nuestra primera vez a oscuras

Llegamos al hotel, nerviosos, intranquilos pero muy extasiados. Con nerviosismo, alquilamos la habitación y nos dirigimos hacia ella, tomándonos fuertemente de nuestras manos y temblando un poco, quizás por la emoción o los nervios. Al fin y al cabo, es nuestra primera vez (juntos).

Con algo de torpeza, logro abrir la puerta del cuarto y te cedo el paso. Lentamente comenzamos a escanear la habitación y no era nada del otro mundo: una cama, una mesa de noche, un pequeño armario y un baño; todo junto y dentro de estas cuatro paredes.

Dejo las llaves en el pequeño armario y me saco el abrigo. Quise decirte algo, pero entraste rápido al baño, pusiste el seguro y escuché la llave del agua abrirse. Estaba emocionado pero a la vez nervioso. En mis adentros pensaba: "Ya lo has hecho antes, no tienes que ponerte así...", pero la incertidumbre de la primera vez con alguien es el saber que va a pasar luego de... quizás sea como se rige el mundo hoy en día, bajo la regla de "la primera impresión es la que cuenta".

A partir de este momento, comienzan a entrar varias preguntas en mi cabeza: "¿Le gustaré? ¿La podré satisfacer? ¿Y si no le gusto al final? ¿Y si no tengo la talla adecuada?", en fin, N cosas que en este preciso N momento se me vienen a la cabeza.

Un trago para tomar valor y otro para recordar que debo tomar valor. Le comienzo a hablar a la puerta, sabiendo que ella está detrás haciendo quién sabe qué: o sí preparándose para nuestra primera vez (juntos) o tomando valor al igual que yo.

Otra vez, comienzan a rondar más preguntas dentro de mi cabeza. Busco el vaso y trato de ahogarlas con un buen trago, tratando de calmarme y llevar esto hasta el final, afrontando lo que venga.

Finalmente, se abre la puerta del baño y aparece ella, con un precioso sostén negro y una tanga que le hace juego. De pronto, las preguntas que me hacía minutos atrás se esfumaron y se concentraron por debajo de mi cintura. Yo aún permanecía con la camisa y los boxers puestos, semi vestido. Ella me miró, yo la miré y al parecer juntos repetimos al unísono la frase que nos dio un alivio instantáneo: "¿Podemos hacerlo con las luces apagadas?".

Al escuchar ambos aquello, no pudimos evitar el reír; ambos teníamos miedo pero a la vez nos sentíamos felices de poder compartir ese momento. Sonriéndole, apagué el interruptor y sentí a tientas, el roce de sus yemas sobre mis hombros, recorriendo con su mano izquierda mi pecho, desabotonándome la camisa.

Una vez fuera, la comienzo a rodear con mis brazos y me coloco detrás de ella, como en un juego furtivo de cazador y cazado, convirtiéndose ella ahora en la presa de mi pasión, besando despacio su hombro derecho, acariciando su vientre y deslizando lentamente el pretel de su sostén negro de encajes.

Ella da media vuelta y nos comenzamos a besar, nuestras manos a oscuras acariciaron nuestros cuerpos como si ya hubieran estado antes allí, reconociendo pasajes de nuestras fisonomías y explorando nuevos rincones, al parecer la oscuridad no fue impedimento para ellas porque simplemente se pasearon como Pedro en su casa.

En medio de caricias y besos, deslizo mi mano derecha hacia su espalda e intenta desabrochar su brassier, intentándolo no una, ni dos, ni tres veces sino cuatro, sin poder llevarlo a cabo. Ella, riendo suavemente, me dijo que ella me ayudaría, colocando su mano sobre la mía y guiándome hacia la apertura de aquella barrera que me separaba de la tersura de sus senos.

La única luz que se filtraba en aquel cuarto oscuro, era la del pasillo que se podía apreciar por debajo de la puerta, y ligeras sombras que se cruzaban unas a otras. Tal claridad me permitió ver aquellos hermosos senos que se encontraban cautivos bajo esa prisión de tela. Lentamente los comencé a acariciar, recorriendo todo su contorno con mis dedos bajo aquella oscuridad.

Poco a poco, nos acercamos a la cama y comenzamos a dar rienda suelta a nuestra pasión, sin importar que estuviésemos a oscuras y no podíamos ver del todo bien, al parecer nos dejábamos guiar por nuestras respiraciones, los latidos de nuestros corazones, el roce de nuestra piel, nuestros gemidos, en fin. En medio de aquel momento, nos guíabamos para juntos poder atravesar el umbral del placer y alcanzar aquel frenesí sin igual.

Debajo de las sábanas y tomados de la mano, comenzamos a conversar de todo y a la vez de nada, al parecer la oscuridad nos brindaba un refugio en donde nos sentiamos cómodos y libres de hacer o decir lo que queramos, sin el temor de que nos repriendan o nos ataquen. Conversamos largo y tendido aquella noche, hasta que nos quedamos dormidos tomados de la mano.

El amanecer se filtró por la ventana del baño e iluminó el cuarto relativamente. Desperté primero y me di con la sorpresa de que ella aún permanecía dormida, con una sonrisa en su rostro y aún sosteniendo mi mano. Fue nuestra primera vez (juntos) y fue maravillosa, con la oscuridad como nuestra cómplice.



A veces la ficción suena mejor que la propia realidad...

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