martes, 18 de diciembre de 2007

Promesas

La vida está llena de promesas; muchas incompletas, otras improbables, cuestionables e inclusive deshechas. Pero, cuando una promesa se cumple, es como un pacto que al fin fue sellado, ya sea por dos personas que se quieren y estiman o simplemente por dos personas con una amistad que va más allá de la razón y del sentimiento.

El ser humano teje promesas cada día de su vida, prometiendo desde lo más trivial hasta lo más complicado. Hacemos promesas a nuestros seres queridos ("te prometo que no llegaré tarde esta vez...", "te prometo que es la última vez que lo hago...", etc); a nuestra familia ("te juro que yo no fui, mamá..."); nuestros jefes ("le prometo que lo encontrará en su escritorio mañana a primera hora, señor..."); en fin... a un sinnúmero de personas podemos ofrecerles nuestras más inéditas e inesperadas promesas.

Lo bueno y malo de las promesas es que son propensas a ser olvidadas. Son buenas, en el sentido que a la persona mundana, le puede servir para salir de cualquier apuro con el simple pretexto de escudarse tras una promesa (falsa en la mayoría de las ocasiones) y finalizar algún pendiente. Pero todo lo bueno tiene su contraparte y aquí entra a tallar lo malo de las promesas, que cuando hacemos una y ponemos nuestro corazón en ellas, si no las podemos cumplir por x o y motivos, podemos defraudar a nosotros mismos y por encima de todo, a la persona cuya confianza recaía en nosotros.

Prometer el oro y el moro a alguien es fácil, pero cumplirlo es lo más complicado. Hacer una promesa cuando no se está comprometido del todo puede ocasionar diversos impases en nuestra vida, haciéndonos perder credibilidad y además, de la confianza ganada de alguna persona. Las promesas son como hojas en el viento, se irán fácilmente si no las sostienes bien entre tus manos y las cuidas, hasta que finalmente las puedas cumplir.

Hace mucho hice una promesa a una persona importante en mi vida, y aunque dudo mucho que leas este escrito, déjame decirte que no pasan los días sin que piense siquiera por un instante el cumplirte aquella promesa que te hice en aquella sala de embarque, sosteniéndo un pase de abordaje en una mano y tu rostro en la otra, sellando mi promesa con un beso.

Tampoco olvidaré aquella otra promesa que hice a una amiga muy querida por mí, la de tomarnos aquel café y conversar hasta bien entrada la noche, siendo simplemente los dos en aquella mesa hasta que las estrellas nos desalojen; tiempo, sólo pido tiempo para poder cumplirlas y renovarlas.

Y cómo olvidar, la promesa que renuevo cada año, cada 31 de diciembre, por los últimos 5 años, esperando que con cada año que llega pueda cumplir a cabalidad lo que le prometí a aquella persona en aquel entonces; tan triste, tan sola, de pie en aquel espejo... frente a mí.

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