jueves, 19 de junio de 2008

Justo Castigo

Un hombre llega a su hogar a mitad de la noche, empapado por aquella llovizna que lo sorprendió camino a casa. Busca en un enorme manojo de llaves que guarda celosamente dentro de su morral y con un nerviosismo evidente, se apresura a introducir la correcta y abrir la cerradura para poder ingresar. Tira el morral a un lado y se comienza a sacar la ropa mojada, secándose el cabello y poniéndose algo más seco.

Si mirada se le notaba inquieta, sus manos hacían movimientos muy erráticos y sudaba en frío. Sabía qué había hecho y que lo iba a pagar, pero no sabía ni el cuándo ni como. Comenzó a buscar entre un rincón de aquel viejo departamento, aquella vieja botella de whisky que sólo bebía en ocasiones desesperadas, dado que él prefería beber otro tipo de bebidas. Destapó la botella y aquel añejo aroma lo golpeó al instante; buscó una copa y se sentó en un rincón a beber desconsoladamente.

Empezó a repasar lo que había ocurrido: en ningún momento pensó que sería capaz de lastimar a esa persona, en especial, después de habérselo prometido. No fue su intención haber soltado su mano en ese instante, pero por un minuto la duda lo embargó y no supo cómo reaccionar. Sólo atinó a decir aquellas palabras y a seguir adelante, sin importar las consecuencias de sus actos. Ahora es que, junto con esta copa de whisky, comienza a pensar que quizás hubo otra manera, otra forma de haber evitado aquel penoso evento. Pero el mal ya estaba hecho.

Sabía que tarde o temprano pagaría por su fechoría, así que después de repasar los pasajes de su mísera vida; estaba listo para aceptar su sentencia por haber cometido tal acto. Había aceptado finalmente el castigo que le iba a ser impuesto, pero lo que le carcomía por dentro era el no saber la manera como le sería aplicada su condena. Con cada copa que bebía, imaginaba los posibles escenarios donde su muerte se llevaría a cabo.

Siguió en lo mismo hasta que la botella no tenía más que un par de gotas en su interior. Su cabeza le daba vueltas y no había encontrado la respuesta que buscaba durante su tiempo de meditación alcohólica. Se incorporó y lentamente comenzó a dar vueltas en aquella habitación, observando aquellas fotos y objetos que le recordaban la calamidad que había cometido. No se podía perdonar el haber actuado de esa manera, pero ya estaba hecho. Era vivir con aquel recuerdo para siempre o morir aceptando la condena por haber lastimado a ese ser tan especial.

Un cigarrillo se encendía en el rincón más oscuro de la habitación y una estela de humo comenzó a llenar el ambiente del olor a nicotina. Se encontraba sentado, con su espalda apoyada en la pared, musitando un nombre con cada bocanada. Dentro de sí mismo, sabía que esa noche sería la última de su vida, así que sus expectativas de sobrevivirla no eran del todo altas. Finalmente, cansado y arrepentido, cerró sus ojos esperando no volver a abrirlos nunca más.

Un grito se oyó de pronto y un retumbe hizo vibrar el piso. Tenía los ojos bien abiertos y comenzó a mirar a cada lado del cuarto, pero no encontró a nadie. Sentía una pestilencia a nicotina y un ardor en la palma de su mano; mientras la observaba, notó una pequeña quemadura de cigarrillo en ella y supo que no había sido nadie mas sólo la colilla que acababa de extinguirse sobre él.

Movió su mirada hacia la ventana y vió como los primeros rayos de sol se filtraban por aquella vieja cortina. Había sobrevivido a la noche y entonces, se dio cuenta que su sentencia había sido cambiada: tendría que vivir con el recuerdo de la falta que cometió hasta el final de sus días. La sentencia ya había proscrito y no podía nada que se pudiera hacer.

¿Realmente esperaba la muerte? No lo sabemos. Con aquel nuevo amanecer, decidió que quizás podía empezar de nuevo. Tomó una ducha, se vistió, tomó un buen desayuno y se arregló el cabello frente al espejo. Pareciera como si él mismo se hubiera dado una segunda oportunidad, cuando de pronto sonó la puerta.

Observó por la mirilla de la puerta pero no encontró a nadie. No prestó atención y volvió a pararse frente al espejo, terminando de arreglarse. Nuevamente, el timbre volvió a sonar insistentemente. Molesto, fue a abrir la puerta para patear al bromista. Pero en vez de eso, sintió una caricia letal.

Pudo sentir el frío acero penetrar su piel, perforando sus músculos, cortando sus venas e incrustándose en su corazón. Por sus retinas, comenzó a repasar toda su vida en un segundo; un segundo infinito que lo llevó desde la primera vez que abrió los ojos hasta este mismo instante. El cuchillo comenzó a incrustarse más y más, dando un giro mientras una figura lo sostenía firmemente.

Con la mirada y la boca llena de sangre, enfocó su mirada sobre su atacante y cayó sobre sus brazos. El verdugo dejó caer pesadamente aquel cuerpo ensangrentado y lo dejó en el pasillo, desvaneciéndose en un abrir y cerrar de ojos. El cuerpo, que yacía en el piso, aún mostraba signos de vida. El sujeto se rehusaba a morir pero era poco lo que podía hacer, el cuchillo había calado muy profundo en su pecho y sólo le restaba unos minutos de vida.

En ese estado, comprendió finalmente cuál había sido su castigo realmente: el morir sin esperárselo. No pudo concretar sus planes ni mucho menos cumplir sus ideales, simplemente su destino ya estaba sellado a manos de su verdugo. Con sus últimas fuerzas, murmuró una palabra y con su mano derecha cubierta de sangre, escribió algo en el suelo. Luego de ello, la vida lo abandonó completamente, dejando un cadáver cubierto de rojo con los ojos abiertos en aquel pasillo.

La policía llegó minutos después, luego que una vecina se topara con el fallecido cuerpo del joven y avisara a las autoridades. Los oficiales no podían explicar por qué precisamente había escrito esa palabra que yacía a lado de él y por qué tenía una expresión tan triste en su rostro mientras lo colocaban en la bolsa para cadáveres.

El parte policial presentado por el médico forense indicó un desangramiento por una puñalada en el corazón y que las huellas digitales en el mango del cuchillo pertenecían a la víctima. El detective a cargo cerró la investigación llegando a la conclusión de que se trataba de un suicidio y el caso fue archivado. La policía se retiró del lugar dejando aquella frase ensangrentada detrás, último vestigio de la existencia de este pobre ser en la Tierra: Lo Siento.

'Nuff said.

1 tienen algo que decir:

Pollo especialista dijo...

buena historia...seguiré pasando por aquí...

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