miércoles, 9 de julio de 2008

Dulce espera

Eran las tres de la mañana, no se escuchaba ni un sólo ruido en la calle a excepción de un estruendoso pero rítmico ronquido. Siguiendo aquellas sonoras pistas, llegamos a la alcoba de una joven pareja, que habían contraído nupcias hace un año y salieron embarazados hace casi nueve meses. Ambos se encontraban durmiendo apaciblemente cuando de pronto...

- Gordo…
- (Roncando)

- Gordoooo…

- ¿Qué, qué pasa?

- Gordo, tengo hambre.
- Uhm… (mirando su reloj) pero son las 3 de la mañana…

- Tengo antojos de comerme un triple de jamón y queso, gordo.

- ¿Pero de dónde voy a sacar uno a esta hora?

- Ya pues, gordo, no seas malito…

- Está bien.

Medio dormido aún, el marido se pone sus pantuflas al revés y camina como un zombie a través del pasillo, en dirección a la cocina. Se acerca al refrigerador y lo abre, encontrándolo vacío a excepción de un tapper con restos del calentado de ayer. Rascándose la cabeza en medio de un bostezo, comienza a buscar la guía telefónica buscando una solución ante este tan improvisado antojo.

Moviendo página tras página y descartando distintos locales que no atendían estos imprevistos nocturnos, se topó con uno que llamó su atención y que graciosamente, parecía el indicado por el nombre. Tomó el teléfono y comenzó a marcar los dígitos...

- Antojos de Medianoche Delivery, ¿cuál es su pedido?
- Sí, hola… Sé que sonará raro pero, ¿podrían enviarme por favor un triple de jamón y queso?
- A la orden señor. No hay problema. ¡Trabaja un antojo despierta marido!

- Se ve que están acostumbrados a recibir llamadas de este tipo.

- Uff ni se imagina, señor. Muchos negocios prosperan por temporadas, pero nosotros siempre tenemos trabajo durante todo el año y por sobretodo, en este horario. ¿Desea ordenar algo más?
- No, por el momento no pero a la próxima los llamaré.

- Muchas gracias por su preferencia, su pedido ya está en camino.

Ni bien terminó de hablar con el empleado, se escuchó un sonido de motocicleta que aceleraba a gran velocidad y un frenazo enfrente de la fachada. Un joven con un casco de motociclista se baja de la moto y con un paquete en mano, se dirige a la puerta del domicilio y toca el timbre.

El marido, consternado por saber quién tocaba su puerta a esta hora, mira por la ventana y casi se cae de espaldas al ver el uniforme del repartidor. Anodadado, abrió la puerta y recibió su pedido.

- Son 10.99, señor.
- Vaya, a eso llamo un buen servicio. Toma y quédate con el cambio.
- Gracias, señor. Que tenga buen día.

El joven se sube a la moto y parte como un rayo. El esposo, aún sorprendido con la bata abierta lo observaba como se perdía en la oscuridad de aquella calle. Al menos ya sabía que no estaba solo ante los espontáneos antojos nocturnos de su pareja y que podía contar con ellos en cualquier ocasión. Apresurado, sube las escaleras hacia el dormitorio, donde su hambrienta esposa lo esperaba.

- Ten, mi amor, tu triple de jamón y queso.
- Gracias, gordo.

Mientras la hambrienta madre comienza a morder aquel sandwich, el marido retoma su lugar en el lecho e intenta retomar su interrumpido sueño. Las luces se apagan dentro de la habitación minutos después y la joven pareja se encuentra nuevamente en los brazos de Morfeo. Pero más tarde...

- Gordo…
- ¿Y ahora qué, mi vida?
- Creo que ya es hora…
- ¿Otro antojo más? Pero si acabas de comerte un triple…
- No, gordo. Ya es hora…
- ¡Santo Dios! ¡Tranquila! ¡Levántate con cuidado! ¡Buscaré el maletín! ¿Y las llaves del auto? ¿Dónde están?
- Tranquilo, gordo. Todo está sobre la mesa. Cálmate un poco, desde temprano ya presentía que hoy sería el día…

- Ay, mi vida. Nuestro primer hijo…
- O hija…
- Está a punto de nacer. ¡Vamos al hospital!

El esposo baja con cuidado a su esposa y ambos se suben al auto, intentando encender el auto y salir inmediatamente de allí. El auto, después de varios intentos, logra encenderse y el nervioso marido pone primera y arranca con rauda velocidad. En minutos, se encuentra en la autopista en dirección al hospital, excediéndose el límite de velocidad. Mientras manejaba, no podía evitar el sentirse preocupado por su esposa, quién yacía en el asiento trasero, lidiando con las contracciones que cada vez eran más continuas. De pronto, una sirena se comenzó a escuchar y por el espejo retrovisor, se podían divisar las luces titilantes de la circulina de una patrulla, que le pedía detenerse a un lado de la vía...

- ¡Lo que faltaba! ¿Cómo te sientes, mi vida?
- Las contracciones van aumentando, gordo…

El auto se detiene lentamente, mientras el oficial desciende de la patrulla, acercándose hasta la ventanilla del conductor y pidiéndole que baje el vidrio, pregunta:

- ¿Sabe a qué velocidad estaba yendo?
- Lo siento, oficial; es que mi esposa…
- Papeles, por favor.
- Tenga. Pero, cómo le decía, oficial, mi esposa…
- ¿Y su SOAT?
- ¡Mi esposa está a punto de tener un bebé! ¡Estamos yendo al hospital!
- ¡Hombre, pero hubiera avisado antes! ¡Los escoltaré! ¡Síganme!

La patrulla se coloca delante de ellos y los escolta hasta el hospital más cercano, sorteando todo tipo de semáforos y cruces en el camino, llegando en menos de 5 minutos al lugar. El carro frena intempestivamente y el marido baja raudo del auto raudo y veloz, dejando la puerta abierta. Atraviesa la puerta de emergencias y se acerca a la recepción, frenético:

- ¡Mi esposa está a punto de dar a luz! ¡Por favor, ayúdenla!
- ¿Y su esposa?

El marido nervioso, comenzó a mirar a ambos lados y no encontraba a su mujer. Su cabeza se comenzó a llenar de ideas locas; "quizás había sido secuestrada, quizás el policía, sabía que no se puede confiar en alguien uniformado", pensaba cuando de pronto oyó el claxon repetidas veces...

- ¡Gordo, ayudame a bajar!
- ¡Lo siento, mi vida! ¡Vamos!

Con las contracciones cada minuto, la adolorida esposa hizo su ingreso al hospital sosteniendo la mano de su marido hasta la puerta de la sala de operaciones, donde la enfermera en un tono amable le dijo que se tranquilizara, que ellos se encargaban desde aquí y que vaya a la sala de espera. El angustiado esposo no tuvo otra opción que ir allí y esperar hasta recibir noticias de su amada.

Era el único en la sala, a excepción de un enorme reloj que emitía un fuerte sonido con cada movimiento de las manecillas del reloj. No podía escuchar sus pensamientos por culpa de ese sonido y se la pasaba caminando de un lado a otro de aquella habitación. Esperó y esperó, pero aún no escuchaba noticia alguna sobre el estado de su esposa, sólo las manecillas del reloj que seguían avanzando.

Habían pasado ya dos horas con aquel incesante sonido en su cabeza, cuando de pronto una enfermera lo sorprendió, anunciándole que ya podía pasar a ver a su esposa y a su bebé. El esposo no podía salir de su asombro, finalmente había llegado el momento que tanto anhelaban y podía conocer al fruto de su amor.

Toca la puerta de la habitación y no puede creer lo que ve ante sus ojos: la inmaculada imagen de su esposa, agotada por la ardua labor de parto, sosteniendo en sus brazos a un robusto y somnoliento varón.

- Ven, gordo, y conoce a tu hijo…
- Mi vida, ¡qué feliz soy! ¡Nuestro primer bebé!
- Sí, gordo, nuestro primer bebé… ahora ya somos una verdadera familia. Oye gordo…
- ¿Dime, mi vida?
- ¿Aún tienes el número de esa sanguchería delivery?

Ambos ríen mientras el recién nacido bosteza, indicando que ha sido un día muy duro para él y mientras cierra sus ojos, un beso entre sus padres le pone fin a aquel frenético día y un comienzo a su vida en familia...

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