lunes, 14 de julio de 2008

Lluvia de Invierno

Bajo una improvista llovizna y en aquella banca donde te besé por primera vez, espero pacientemente tu llegada. Enciendo un cigarrillo y contemplo las hojas secas caer al unísono alrededor mío. Miro mi reloj y veo que nuevamente llegarás con uno de tus elegantes retrasos, pero no importa, eso es una de las tantas cosas que amo de ti.

Mientras permanezco sentado allí; veo a varias parejas pasar tomadas de la mano, unas corriendo de la lluvia y otras dejándose abrazar por ella, mientras que otros solitarios simplemente ajustan sus abrigos y prosiguen con su camino, con sus cabezas gachas y miradas perdidas.

Yo, por el contrario, estoy aquí sentado bajo esta refrescante lluvia, característica de los grises inviernos aquí en la capital a la espera de mi amada. Puedo imaginarte lidiando con esta pequeña precipitación, sé que te disgusta mucho el mojarte así que supongo que habrás salido preparada de tu casa, siempre chequeando el reporte del tiempo, mujer precavida vale por dos dicen.

Enciendo un cigarrillo mientras observo mi reloj, si no te conociera tan bien diría que estás retrasada; pero sé que llegarás en cualquier minuto. Adoro el invierno, es mi estación favorita, puesto que durante estas épocas no hay mejor excusa para abrazarte que el frío, no hay mejor manera de pasar esta temporada bien pegado a ti.

Levanto un poco mi mirada y veo cómo las gotas empiezan a caer sobre el pavimento de esta ciudad llena de concreto y hormigón, el famoso hielo negro se hace presente bajo los neumáticos de los autos que circulan por la avenida y los vendedores de café hacen su agosto ofreciendo a los friolentos clientes un refresco caliente al paso.

Una última pitada al cigarrillo y a la basura; sé que no te gusta que fume pero es un hábito que estoy aprendiendo a dejar por ti, me descubrirás mi pecadillo luego por el aliento pero sé que me perdonarás. De pronto las gotas ya no caían más frente a mi, sino que me comenzaron a rodear mientras se colocaba algo sobre mí que me cubría de esta improvisada llovizna.

Al levantar mi mirada, me topé con una silueta que me observaba fijamente y que comenzaba a recorrer con su mano mi cabellera mojada, no tuve mejor reacción que tirar mi cabeza para atrás y ver como aquella figura se inclinaba y nos besamos. Habías llegado finalmente con un enorme paraguas, siempre tan precavida y atenta a cualquier imprevisto.

Sentados bajo el enorme paraguas, permanecimos juntos en un beso interminable, mientras todos caminaban a paso raudo intentando escapar de la lluvia, en medio de un baile arrítmico y muy mojado. En aquel instante simplemente eramos la lluvia, tú y yo; deteniendo aquel instante en el tiempo.

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