sábado, 9 de agosto de 2008

Galletas con café

Permitiéndome una licencia, romperé con la temática de este blog que se ha convertido poco a poco en uno de sus favoritos (sí, claro y Fujimori será tratado como un reo común y silvestre y en vez de Direct TV, le podrán cable express para que vean que no hay favoritismos) y hablaré sobre un tema que muchos detestamos pero que cuando llega a nosotros, se lleva siempre algo que queremos: La Muerte.

En menos de un mes, me he visto rodeado por ella de forma indirecta. La Muerte visitó a tres amigos, cobrándoles una cuota muy alta. He tenido algunas experiencias de este tipo anteriormente, pero es la primera vez que pasa tan cerca de mí.

No quiero decir tampoco que porque sea algo irremediable, hay que vivir atemorizados y horrorizados por ella. Cómo bien dice la luz de mis ojos, la ama y señora de mi vida (mi vieja) "nosotros tenemos una fecha de vencimiento y cuando nos llaman, hay que atender." Palabras simples de una señora muy complicada. Es la ley de la vida; nacemos, crecemos, nos reproducimos (en varias ocasiones y lugares, con varias o una sola persona, del sexo opuesto o del mismo, con animales y un exorbitante etcétera) y morimos.

Lamento mucho las pérdidas de mis amigos, que en tan corto tiempo sufrieron por la partida de sus seres más queridos. Me aterra la sola idea de perder a alguien que verdaderamente estimo, pero me petrifica más aún el hecho de que alguien parta de mi vida sin poder decirle adiós. Ver sufrir a la persona que más estimas es una cosa pero no poder despedirte de ella o decirle cuánto significó para ti, es algo que simplemente no se lo deseo a nadie.

Ya pasé por ello una vez, cuando querida amiga de la infancia, partiste sin previo aviso. Durante casi toda mi vida te conocí y nunca tuve una chance de decirte, cuánto lamentaba el verte todos los días y no cruzar palabra alguna contigo, el nunca tener algo bueno que decirte y tomar todo a la broma. Por aquellos tiempos, pensaba en la muerte como algo tan lejano entre nosotros y quién lo diría, fuiste la primera en partir del grupo.

La noticia de tu partida me llegó de sorpresa, un sábado al mediodía. Tu hermana con una voz entrecortada, me daba aviso de tu deceso. El velorio fue en tu casa y pasé a darte el último adiós. No podía creer que te habías ido, cuando te vi detrás de aquel vidrio tan tranquila, tan pacífica como si estuvieras durmiendo sobre la carpeta de aquella vieja aula de clases donde nos conocimos. Aquellos segundos a solas, los aproveché para disculparme por haberte ignorado durante casi toda nuestra vida juntos, jurándote que no volvería jamás a cometer tal error.

Muerte, si pudiera hacer un trato contigo, créeme que lo haría. Pero eres casi tan antigua como el tiempo y también casi tan sabia, que no sabría que ofrecerte. Sólo podría decirte que si algún día decidieras que es hora de llevarte a alguien a quien ame o sea mi hora, lo hagas de una manera sutil y casi indolora.

Ya la vida hoy en día, es suficiente castigo para nosotros, ¿no lo crees? Pero por lo que más quieras, demórate antes de venir a visitarme.

Waka Waka Waka...

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