sábado, 7 de marzo de 2009

El último adiós



Aquella noche la amé como todas las noches
sin saber que sería la última entre nosotros.
Todo pasó tan rápido, porque a pesar de haber estado ahí.
Fui uno de los últimos en enterarme de su pronta partida.

Su espalda desnuda me saludaba desde un extremo de la cama,
iluminada por un tenue resplandor de una luna de verano
que traspasaba las delgadas cortinas de nuestro improvisado refugio amatorio.

En el silencio de la habitación, lo único que se podía escuchar
aparte del sonido de la vida allá afuera, era nuestra respiración.
La mía, aún agitada pero serena y la tuya, cada vez que la recuerdo
calma pero a la vez taladra mi torpe y triste corazón.

Respirabas en pequeños intervalos que más sonaban a suspiros
que a ronquidos, dormías plácidamente después de haberte entregado
en cuerpo y alma a mis brazos, confundiéndonos en un abrazo infinito
bajo aquellas sábanas de satén, pero que a comparación
con la tersura de tu piel parecían como si estuviesen hechas de papel.

Miro el reloj, son las 3 de la mañana y debería estar durmiendo
luego de aquella sesión amatoria tan encarnizada. Pero no puedo.
Una duda empieza a rondar en mi cabeza y no la puedo disipar.

Esta era la primera noche que no encontré tu mano cuando la busqué
para sostenerla, como siempre solíamos hacerlo luego de hacer el amor.
Sentí como si hubiese estado hecha de hielo, tan fría y derritiéndose
entre mis dedos, contagiándome de un escalofrío repentino.

Enciendo el reproductor y la primera canción en empezar a sonar,
es una vieja balada que habla sobre las dudas del amor.
No puedo evitar el sonreír al escuchar el primer estribillo,
amar es complicado cuando uno no es correspondido decía aquel intérprete
mientras le daba la primera pitada al cigarrillo que acaba de encender.

Sabía muy bien cuanto odiabas el que fume, pero es un hábito
que me cuesta abandonar. La nicotina siempre fue una especie
de calmante para mis ataques de soledad, que solían ser muy frecuentes
antes de conocerte. Desde el primer momento en que te vi, sentí
que tú podrías ser la cura para esta enfermedad, de la cual era víctima
hacía ya tanto tiempo, que había olvidado cuales fueron sus primeros síntomas.

Después de tres años juntos, esta era la primera vez
que sentía uno de estos ataques. No podía evitar el sentirme ansioso
ante lo que había ocurrido minutos antes. Quize despertarte
para preguntarte sobre aquello, pero vi que dormías tan placidamente
o al menos pretendías hacerlo que no quize interrumpirte
y simplemente, te dejé descansar.

La balada ya estaba por terminar, al igual que mi cigarrillo.
La duda seguía rondando en mi cabeza y la sensación de la soledad
se hacía cada vez más fuerte. Me repetía a mi mismo que quizá sólo eran
ideas mías, que solo quería descansar después de un día difícil en la oficina.
Me levanté y fui al baño, me paré frente al lavabo y abrí la llave del agua,
mientras el agua fría comenzaba a correr, vi mi imagen reflejada en el espejo
y a lo lejos, su silueta envuelta entre aquellas sábanas, aún de espaldas.

La observé detenidamente y juro que la vi moverse de una manera extraña.
Había pasado muchas noches estudiando cada detalle de su anatomía al dormir, hobbie que llegué a adquirir debido a un insomnio que me quitó buenas noches de sueño durante los últimos cinco años.
Juro por todo lo divino que la vi moverse debajo de las sábanas, como si estuviese manipulando algún objeto pequeño.

Me volví a mojar la cara y me dije a mi mismo: Te estás volviendo paranoico. Simplemente debe estar soñando algo, me repetía mientras continuaba observando detenidamente mi reflejo en aquel pequeño espejo del baño.
Estaba siendo objeto de una paranoia que no sentía desde mis tiempos de soledad, donde desconfiaba de todo y de todos y solía encerrarme en una burbuja alejado de la realidad, burbuja que tú reventaste con la primera sonrisa que me regalaste en esa tarde gris de invierno cuando nos tomamos nuestro primer café.

Volví a la cama procurando no hacer ruido y me deslizé entre las sábanas.
Confieso que era la primera vez que me sentía como un completo extraño en una cama contigo, luego de tantas ocasiones de dormir en una misma cama juntos en el pasado.
Me pegué a tu lado y te abracé, nada me había preparado para lo que iba a suceder a continuación.
Un frío recorrió toda mi espalda al escucharte decir esas dos palabras: Te amo.
No fueron las palabras en sí, sino el tono como me las dijiste.
Las sentí tan tristes, tan vacías, tan duras que francamente, más me sonaron como a un Te odio en vez.

Sólo atiné a besarte la cabeza y me aferré a ti en un abrazo fuerte.
Mis dudas empezaron a revolotear más en mi cabeza, pero mi sentido común me advertía que quizás esté pensando demasiado.
No puedo evitarlo, la naturaleza de mi soledad me enseñó a prestar mucha atención a los detalles.
Al no tener a nadie con quién hablar durante mucho tiempo, aprendí el perdido arte de escuchar, de saber escuchar entre líneas y de memorizar todo lo que para mí pudiera significar algo.

Ese fue mi último momento contigo. Desperté al día siguiente solo en aquella cama, con aquel frío Te amo aún en mis pensamientos.
Busqué tus cosas y no estaban, al igual que tú. Había caído en un sueño muy profundo, era mi quinta noche sin poder dormir y finalmente mi cuerpo me pasó la factura.

Cogí mi teléfono para llamarte, pero me di con la sorpresa que tenía un mensaje tuyo esperando a ser leído. "Espérame en la estación del tren a las 4. Te amo." Intenté llamarte luego de leerlo, pero nunca contestaste.

Había dormido largo y tendido, eran casi las 3 de la tarde cuando leí aquel mensaje. Me di un baño y partí raudo a la cita pactada con ella.
Llegué a la estación en tiempo récord y la empecé a buscar en toda las terminales.
Finalmente en una de ellas, te encontré. Hasta el día de hoy, desearía no haberla encontrado en aquel instante y quedarme con el recuerdo de aquel frío Te amo.

Allí estabas, tan hermosa y distante como siempre. Lo único diferente ahí era el hombre que sostenía tu mano y con el que te aprestabas a abordar el tren.
Fui el único testigo de aquel apasionado beso que se dieron antes de la última llamada de abordaje, no pude evitar el apartar mi mirada durante los eternos minutos que duró aquel momento entre los dos.

Mis dudas, en ese instante, se disiparon y finalmente caí en razón.
Había bajado mi guardia y había dejado escapar aquellos pequeños detalles, que me pudieron haber advertido de tu inminente partida.
Levantaste tu mirada un instante, cruzándose con la mía, explicándome con ella el verdadero significado de aquel frío Te amo de anoche.

El tren partió a las 4:15 de la tarde, llevando abordo a dos amantes que se encaminaban hacia un nuevo horizonte juntos. En ese tren partió también lo que creía era la cura para mi soledad.

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