martes, 21 de setiembre de 2010

The Ataris - Eight Of Nine



these hospital walls are the palest of white
here in this desert they're reciting my last rites
the smell of these halls
brings temporary comfort
as the oxygen flows through my blood
el corazon was poisoned tonight...
she's on her eight of nine.

when half of all your prayers are insincere,
the other half are lies.
here is this watermark under this bridge.
the point where it all crested,
rolled back and drifted into the sea.
i climb from this wreckage
as the smoke begins to clear from my lungs.
the closest of close calls has happened tonight.

it's time that i made things right
for the first time,
since the last time.
let this moment of clarity
lift this curse that has been cast upon me.

appreciate the good times,
but don't take the worst for granted.
'cause you only get so many second chances

Estas paredes de hospital son de las más pálidas de los blancos
Aquí en este desierto estoy recitando mis últimos versos
El olor de estos pasillos
Me trae un confort temporal
Mientras el oxígeno flute a través de mi sangre
el corazón me fue envenenado esta noche...
Ella está en su ocho de nueve.

Cuando la mitad de tus oraciones no son sinceras,
La otra mitad son mentiras.
Aquí está este sello de agua debajo de este puente.
El punto donde todo alcanzó su pico,
rodó hacia atrás y se perdió en el océano.
Escalé este naufragio
mientras el humo empezaba a dispersarse de mis pulmones.
La más cercana de las llamadas cercanas ha ocurrido esta noche.

Es hora de que haga las cosas bien
por primera vez,
desde la última vez.
Dejemos que este momento de claridad
Levante esta maldición que me ha sido invocada.

Aprecia los buenos tiempos,
pero no tomes lo peor por sentado.
Porque un sólo obtiene muchas segundas oportunidades

Dime más...

martes, 14 de setiembre de 2010

Érase una vez...

...un muchacho que le escribía al amor a toda hora y a todo momento. Había encontrado a la musa que le llenaba de una explosión de creatividad y una sobredosis de inspiración. Evocar el sólo recuerdo de su sonrisa bastaba para llenar miles de líneas en el cuaderno de su vida. Fue una de las épocas más prolíferas de la historia de este joven escritor. Y es que el amor que sentía hacia la fuente de su inspiración era tan inmensurable como las gotas de lluvia en una tarde de invierno o las estrellas en la noche más estrellada de verano.

En efecto, el joven escritor estaba perdidamente enamorado de su musa. Le dedicó sus mejores obras y depositaba un pedazo de su esencia con cada escrito que le presentaba. Se la pasaba siempre idealizando y resaltando las características de ella, tan sólo para ofrecerle las mejores encíclicas que en tiempos inmemoriables se destinaban para recrear los pasajes de los dioses mismos, que poblaron esta tierra antes de que se creara al primer hombre.

Día y noche escribió los versos más hermosos que su pluma pudo crear, y noche y día sufría la agonía del enamoramiento eterno hacia su musa. Pero como todo lo bueno en la vida de uno, nada dura para siempre, ni siquiera el amor. Una fría tarde de verano, la musa se dirigió hacia el joven escritor, quien para variar se encontraba tratando de crear su mejor obra, dedicada a nombre de la mujer que amaba. Ella, triste y envuelta en un hálito de pesadumbre, se le acercó y con un tierno pero melancólico beso, se despidió de su amado y susurrándole unas palabras, partió hacia el horizonte hasta que ya no pudo ser más divisada.

La repentina partida de su musa truncó el océano de creatividad e inspiración que ahogaba al joven escritor desde hacía unos años. Se sumió en la más profunda de las tristezas y en la más oscura de las penumbras, llorando por la súbita marcha de la mujer que significó un antes y un después en su vida. Abrumado por un enorme pesar, se empecinó en continuar con lo que mejor hacía: escribir.

Su pluma, que años atrás había sido artífice de los relatos más hermosos en nombre del amor, continuaba escribiendo maravillas, pero con la única diferencia de que ahora eran odas interminables de odio y desprecio hacia la ingrata que le rompió el corazón y lo abandonó a su suerte. Fue tal su decepción hacia el amor mismo, que un día se apareció ante él, la Soledad. La Soledad lo acompañó durante gran parte de su vida, reemplazando el vacío que alguna vez fue ocupado por la musa del Amor. El joven escritor continuó dedicándole sus escritos más hermosos de decepción y odio hacia su antigua pareja, para el beneplácito de la Soledad misma. Su relación duró media eternidad, ya que incluso todo lo malo, no dura una eternidad.

La Soledad abandonó al joven escritor un día soleado de invierno. Al igual que su primera doncella, ésta se despidió de él con un suave y delicado beso en su frente y le susurró unas palabras al oído, antes de viajar en dirección contraria hacia donde partió la musa del Amor muchos años atrás, hasta perderse también en el horizonte. Nuevamente el joven escritor se encontraba abandonado y ni la Soledad ni el Amor lo acompañaban más.

Dejó de escribir por completo. Arrojó sus pergaminos y sus tintas en la hoguera de sus recuerdos y permaneció en un silencio absoluto. No hacía otra cosa más que pensar sobre lo que había vivido con el Amor y la Soledad, haciéndose siempre la misma pregunta: ¿Por qué me abandonaron? Meditó día y noche, noche y día, de verano a invierno, de invierno a verno. Pasaron cuatro años bisiestos hasta que finalmente llegó a la conclusión de que gozaba de una paz interior tan inmensa como su antiguo amor por sus dos ex compañeras, y fue cuando de pronto, una luz disipó todas sus dudas respecto al transcurso que había tomado su vida. Trató de buscar en los confines más recónditos de sus recuerdos, las últimas palabras con las cuales se habían despedido sus amantes. En el último cajón del ropero detrás de la puerta al lado del muro más alto de la torre más alejada del bosque más hinóspito del reino de su pasado, encontró aquellas palabras escritas en un ínfimo y marchito pedazo de papel.

Fue cuando finalmente entendió el por qué sus amantes lo habían abandonado. Todo había tenido un propósito. Plenamente consciente del significado de su travesía, cerró sus ojos en paz y sonrió por primera vez en años. Al abrirlos, descubrió ante él a sus dos antiguos amores, quienes se fusionaron en una sola entidad: la Felicidad. La Felicidad llegó al joven escritor luego de una media eternidad y muchos años más, pero finalmente llegó a él, luego de alcanzar su paz interior y descubrir verdaderamente, que para poder amar en serio, primero hay que aprender a amarse uno mismo. La Felicidad y el joven escritor, quien ahora no era más que un anciano decrépito por fuera pero que aún conservaba la juventud del espíritu, tomó la mano de su redescubierta amante y caminó con ella, hasta que ambos se perdieron en el más lejano de los horizontes, dejando detrás de ellos un pequeño y marchito pedazo de papel que decía: "Para llegar a la Felicidad, primero hay que experimentar la travesía del Amor y la Soledad..."

Fin.

Mujer del rostro esquivo,
¿cuándo te dignarás a aparecer frente a mí?

Dime más...

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